17 ene 2012

Amigo desconocido



Eras jóven.
Dijiste basta y sin pensártelo mucho, haciendo gala de esa valentía inconsciente que proporciona la juventud, llenaste tu maleta, te pusiste en tus bolsillos un pañuelo junto con los últimos billetes que te quedaban y te decidiste a cambiar de aires. Querías probar suerte lejos de tu tierra, quizá también conocer mundo.
Te enrolaste como ayudante de cocina en un barco mercante, cuyo armador tenía negocios por los siete mares.
Tu trabajo era bastante cómodo y te dejaba el tiempo suficiente para soñar, apoyado cada noche en la barandilla de popa, mirando a las estrellas. Soñabas que harías fortuna, que darías la vuelta al mundo en un barco y en otro, y en otro.... ¡Habías descubierto cuánto te gustaba navegar!
Durante unos años, los mejores de tu juventud, fuiste feliz. Conociste más de cien puertos y más de cien chicas en cada puerto, la mayoría de pago. Es natural, ganabas una cierta cantidad de dinero y tenías poco tiempo para gastarlo. Tampoco había mucho tiempo para profundizar en tus relaciones personales, excepto con algunos colegas del barco.
Pero un dia, una fuerte tormenta en mitad del Océano Indico te pilló en cubierta, en tu puesto de vigilancia. Una enorme ola, la cual viste llegar aterrorizado, te pegó de lleno, rompiendo la cadena a la que estabas atado y que, lejos de protegerte fue tu ruina. Te golpeaste repetidas veces con casi todo lo que había a tu alrededor, hasta que acabaste malherido.
Alguien te vio y consiguió rescatarte. Tú despertaste mucho después y cuentan que no estuviste plenamente consciente hasta llegar a Alejandría. Allí te desembarcaron para que pudieras recuperarte en un hospital. Otra vez sólo, con la única compañía de tus maletas.
Tres meses estuviste internado. Jamás sabrás quien corrió con todos los gastos.Pero lo cierto es que alguien lo hizo.
Cuando te dieron el alta, te diste realmente cuenta de tu verdadero estado. Tu cojera era visible y te acompañaban fuertes dolores lumbares, debido a las magulladuras en la espalda. Por lo menos, las tres costillas rotas habían soldado bien y el fuerte golpe en la cabeza no había dejado secuelas.
Entendiste que tenías que buscar otro tipo de trabajo. A lo mejor, te iría bien algo más tranquilo. Al fin y al cabo, ya tenias 25 años más que cuando te fuiste.
Seguro que no sabes muy bien como, pero lo cierto es que dos meses después, ya estabas en Barcelona, trabajando de portero en una fábrica muy conocida por sus caramelos cilíndricos con palo.
Por fin parecía que todo iba bien. Tus dolores habían disminuido, habías aprendido a vivir más o menos feliz con tu cojera, tenías suficiente dinero para pagarte una pensión, discretita, pero refugio al fin y al cabo. Tenías alguna "novia" de vez en cuando y, curiosamente ya no era necesario pagarla, como sucedía tiempo atrás. Por fin podías ser tú. No es exactamente lo que habías soñado, pero no tenías demasiados problemas. Y esa era tu realidad.
Pero el destino parece que a determinados individuos los señala con el dedo y les marca con una cruz.
Vino la crisis, nuestra querida y provocada crisis, y te quedaste sin trabajo. Tu fábrica de caramelos cerró aquí y se trasladó a Rumanía porque como pasa en estos casos, la mano de obra le salía mucho más barata.
Rumanía, sí. ¡Qué caprichoso puede llegar a ser el destino!. Rumanía, el país que abandonaste para buscar un futuro mejor...
Y hoy te ví alli, amigo desconocido, sentado en aquel banco de piedra del Rompeolas de Barcelona, con la mirada perdida en el horizonte, en el mar, o en aquel barco que, seguro traía entre tanto turista a alguien como tú. Con tus mismos sueños.
Me dijiste que en tus bolsillos sólo te quedaba aquel pañuelo con el que partiste y unos pocos Euros. Lo justo para el viaje de vuelta a Bucarest en autocar. No sabías que hacer.
Yo te animé a decidirte. Te lo dije muy claro.
Nadie podía saber cual sería tu suerte, pero ante la precariedad y la desgracia, estarías mucho mejor y más arropado entre tu gente. Con algunos de los que dejaste atrás. Con tu familia. Y, como no, para suerte tuya, aún podías buscar el apoyo de tu madre, hoy una anciana, pero a quien seguro le devolverías 20 años de vida cuando te viera aparecer por la puerta de casa.
Con lágrimas en los ojos, me dijiste que te ibas.
Te acompañé a la estación de autobuses, te invité a comer caliente y te compré un bocata y una lata de cerveza para que se hiciera más corto el viaje.
Creo que es ahora cuando realmente tu suerte va a cambiar. ¡Buen viaje, amigo desconocido!

No hay comentarios:

Publicar un comentario