14 feb 2012

Después de la lluvia


 
La Fiesta Mayor de Esterri d'Àneu toca a su fin, igual que mi exposición de plumillas.
No me puedo quejar. A pesar de la crisis, que ya asomaba el hocico por el horizonte, he tenido muchas visitas y también ventas y contactos. Y, por encima, muy por encima de estas vanidades mundanas, me he sentido muy vivo. He gastado mucha saliva con quienes visitaron mi obra y también he tenido el placer de conocer a la hija de Ramón Violant Simorra (Sarroca de Bellera, 1903-1956), célebre etnógrafo y folklorista catalán, que, entre otros trabajos, realizó uno muy minucioso sobre los Pirineos que culminó con el libro El Pirineo español.
Con el tiempo, trabajó mucho nuestra zona y aportó impagables documentos gráficos (fotografías) del día a día de los pallareses. En una de ellas, me cabe el inmenso honor de ver inmortalizado a mi abuelo Daniel ejerciendo su oficio de hojalatero en el taller. Fue una hora de conversación en la que aprendí mucho más que en todo un curso universitario. ¡Qué mujer! ¡Que serenidad más embriagante la suya, sin duda producto de la edad y la experiencia!
Y también me sublevé a menudo porque en los cinco días de exposición (en Casa Gassia, el Ecomuseu, por si os acercais por allí) no dejó de llover.
Cada dia, como si la naturaleza sacudiera un tedioso despertador, acudía puntual la tormenta. A las 12 h del mediodía, hasta la hora de comer, y por las tardes desde las 17 h hasta las 21 h, e incluso más tarde alguno de los días.
¡Y qué tormentas! Los truenos retumbaban por las montañas cercanas de tal manera que parecía que esas mismas moles pétreas rugían para devorarnos. De los relámpagos mejor no hablar, porque por la noche en la pensión nos iluminaban la estancia como si fuera de dia.
Como hacía bastante calor y a mí, en el fondo, me gusta este fenómeno natural, cada tarde me sentaba bajo el porche en aquellos momentos en que no tenía visitas y me deleitaba viendo caer la lluvia, oliendo a campo mojado, a madera mojada y a ozono. Mientras, intentando dejar de ser tan egoísta y pensar sólo en mí mismo, me dí cuenta de que apenas se realizaban actividades en esta Fiesta Mayor. Hasta que no se pudo reubicar todo dentro del polideportivo, incluidos el baile y las actuaciones en directo, pasaron dos dias en los que aquellas buenas gentes miraban ese cielo embotado y negro, negro, negro pidiendo, suplicando que esos nubarrones desaparecieran. Habían esperado todo un año para poder dar rienda suelta a su alegría, participar en actividades y reunir en sus mesas a toda la familia ante un buen guiso de la "padrina" y todo parecía irse al traste.
Me dio rabia por ellos, pero la Naturaleza es así. Es reina y señora y dice "Aquí estoy" cuando le apetece.
A última hora y viendo que ya no aparecería nadie por el lugar, decido recoger y aprovechando un lapsus de la lluvia, apilo mi obra no vendida y me voy a por el coche. Lo acerco a la sala, abró el capó y empiezo a cargar.
Empieza a llover. Y muy fuerte. Cuando acabo de cargar y me meto en el coche, chorreando como "un poll mullat" (como decimos en catalán), también dejá de llover. Me sonrio y cansado regreso a Rialp, unos 28 km más abajo.
Por el camino, aparece tímidamente el sol y empiezo a pensar que cuando llegue y haya descargado, me iré a buscar caracoles. La hora y el clima serán idóneos para coger 3 ó 4 kilitos.
Llego a Rialp. Paro delante de casa y empiezo a descargar.
También empieza a llover. Miro hacia arriba porque no me lo creo. Como dicen los vascos, igual sólo es una nube y me la he llevado puesta. ¡Pero si parecia que las nubes desaparecían definitivamente! ¡Pues no! Otra vez negro, negro.
Y de repente, empieza a caer piedra. A mí me parecieron tan grandes que se me antojaron verdaderas pedradas, que podían llegar a romperme los cristales de mis cuadros.
Acabo de guardar mi última obra, sorprendido de que no me haya sucedido nada más. Aparco bien el coche y deja de llover.
Bien, muy bien. Lo suponía
Me cambio de ropa, me seco bien seco (que ya costó) y me voy a buscar caracoles.
Y como dicen que bien está lo que bien acaba, pues nada, que cogimos 3 kilitos de esos simpáticos cornudos y de Esterri me llevé esta toma que me encanta. Si la oleis y cerrais los ojos, podreis sentir ese ozono y esa libertad que yo sentí en aquel paraje idílico de la Vall d'Àneu.

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