30 abr 2012

Woodstock



                                                                                  
1969. Tenía yo unos 12 años en aquella época y mi mundo se limitaba a estudiar y jugar el máximo número de horas posible en una calle sin asfaltar por la que transitaba algún vehículo de vez en cuando, lo cual representaba casi un acontecimiento. Tanto es así, que recuerdo aún cómo organizábamos nuestra propia Copa Davis, paralelamente a la real y sin ser interrumpidos en todo el partido. Tendíamos una simple cuerda a lo ancho de la calle y golpeábamos con nuestras palas de madera aquellas malditas pelotas de goma que vendían en los quioscos y que le daban en dureza mil patadas a las de la policía. Así pues se puede entender que correr por las Ramblas de Barcelona delante de los grises era un mal menor.
Se podía conseguir que uno se desplomara al suelo como consecuencia de un impacto fatal en la cabeza, con lo que se obtenían dos heridas al precio de una: la de la cabeza y la de las rodillas al contactar con la arenisca del suelo, que aunque formada por cantos muy pequeños, era capaz de abrirnos verdaderos boquetes. Hoy en día, aún me sonrío cada vez que repaso esas cicatrices de guerra en mis maltrechas rodillas.
Una de las muchas imágenes que mi mente retiene de aquella época feliz e inconsciente es el ajetreo que se llevaban a finales de ese verano del ‘69 los hermanos mayores de mis colegas de calle.
Y era debido a que la trascendencia del primer festival de música y arte de Woodstock, había cruzado el charco, invadiendo los patios de nuestras casas, gracias a unos desvencijados toca-come-discos, que eran nuestra alegría y la tortura de nuestros padres.
A esos hermanos mayores, a todos, les gustaba fundamentalmente el rock. De la música española se salvaban Lone Star e incluso Los Pekenikes, pero poco más. En cambio, Beatles, Rollings, Jimi Hendrix, o Janis Joplin, sonaban continuamente y es con ese tipo de música con la que bailábamos en las verbenas que se hacían en esa calle, a veces junto a la gran hoguera que ardía la noche de San Juan.
Y es con esa música con la que crecí, la que me compré dos años después y la que intentábamos interpretar cuando a mis 16, formamos nuestro primer grupo musical, aunque al final, decidiéramos decantarnos por canciones de Creedence C.R., que eran más facilonas.
Woodstock es uno de los festivales de rock y congregación Hippie más famosos de la historia. Tuvo lugar en una granja de Bethel, Nueva York, los días 15, 16, 17 y la madrugada del 18 de agosto de 1969. El festival tiene el nombre de Woodstock porque inicialmente estaba programado para que tuviese lugar en el pueblo del mismo nombre, situado en el condado de Ulster (Nueva York). La población local siempre se opuso al evento, pero Sam Yasgur convenció a su padre, Max, para acoger al concierto en los terrenos de la familia, localizados en Sullivan Country, también en Nueva York.
Congregó a más de 400.000 espectadores y se estima que 250.000 no pudieron llegar. La entrada costaba 18 dólares estadounidenses de la época para los 3 días.
Durante el festival se vivieron intensas noches de sexo y drogas, destacando el consumo de LSD y marihuana; todo ello aderezado con música rock.
En 1970 se estrenó el famoso documental sobre este concierto, dirigido por Michael Wadleigh y editado y montado entre otros por Martin Scorsese. Ganó el Oscar al mejor documental, recibiendo el título de "culturalmente significativo" por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y seleccionado para su conservación en el National Film Registry.
Aunque inicialmente el concierto se organizó pensando que conllevaría pérdidas para la organización, el éxito del documental sobre el evento hizo que finalmente resultara un acto rentable.
Posteriormente se celebrarían otros festivales de Woodstock: 1979, 1989, 1994 y 1999, pero el de 1969 es el Woodstock por antonomasia.
Woodstock se convirtió en el icono de una generación de estadounidenses, hastiada de las guerras y que pregonaba la paz y el amor como forma de vida, mostrando su rechazo no violento al sistema. Por lo tanto, gran parte de la gente que concurrió a dicho festival era hippie. En años sucesivos, aquellos que participaron en posteriores ediciones de Woodstock lo hicieron luciendo sus melenas y amuletos, las chicas faldas de colores y todos ellos enarbolando unos símbolos comunes: la bandera del arco iris, y el llamado símbolo de la paz.
Sus ideales eran el pacifismo, el amor libre, la vida en comunas, el ecologismo y el amor por la música y las artes. Se llegó a creer que quizá habían desaparecido, ya que desde el Verano del Amor de 1967 y sobre todo después de ese primer Woodstock, tendieron a evitar publicitarse.
Hoy, siguen existiendo en numerosos países y, en algunos casos, evolucionando de comunas hippies a eco-aldeas.
En otro orden de cosas, los hippies estaban especialmente en contra de la nefasta y fallida guerra de Vietnam. Jimi Hendrix también. Por ello en ese festival del ’69 tocó el himno estadounidense solamente con una guitarra eléctrica como signo de protesta a los comportamientos bélicos del gobierno.
Incluso la literatura se hizo eco del evento. Por poner un ejemplo, cabe destacar la mención que de él se hizo en el manga 20th Century Boys (Naoki Urasawa), cuyo apocalíptico final es una recreación de más de medio millón de personas juntándose en un concierto mundial, recordando la importancia de Woodstock.
Cuarenta y tres años después, el acontecimiento producido por la cultura hippie se sigue rememorando con el llamado “After Party”, que congrega año tras año a los “hijos de las flores”.
Y, cómo no, entre los diferentes medios de transporte utilizados para llegar al recinto del festival, encontramos los célebres Escarabajos de la firma automovilística Volkswagen, que se convirtieron en otro de los iconos sublimes que esa generación se encargó de resucitar después de veinte años de ostracismo.
Tanto las furgonetas con o sin caravana adosada, como los fantásticos “aircooled” (los actualmente codiciados escarabajos refrigerados por aire), escribieron un montón de páginas en la historia, relacionándose e identificándose con esta filosofía de vida, de alegría, paz y placer por la vida, como queriendo borrar de un plumazo ese nefasto pasado bélico en el que estuvieron inmersos, junto con otras grandes marcas alemanas como Mercedes-Benz, Auto Unión, o Zundapp, por obra, gracia y capricho de un visionario austriaco que casi acabó con el futuro de Europa.
Con este reportaje, quiero homenajear a estos resistentes y atractivos “cacharros” deseando que una y mil veces vuelvan a enterrar el hacha de guerra de cualquier loco que pudiera reaparecer.
(documentación básica: Wikipedia)





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