2012 Rialp (Lleida)
Domingo. Habían pasado pocos dias desde que la Primavera iniciara su particular siembra de amapolas y todo el entorno natural de Rialp se despertaba poco a poco de un invierno frio y triste, preparándose para un nuevo ciclo de vida.
Bajo la atenta mirada de los insectos más madrugadores, surgían las primeras flores y esos recios árboles caduciformes de los márgenes del Noguera pallaresa enseñaban orgullosos aquellas hojas pequeñas y verdes que iban a explotar con bellísimos colores rojos, naranjas y ocres en el próximo otoño, antes de caer y sembrar los caminos, los campos y el mismo río con una encantadora alfombra vegetal.
Yo también me encontraba allí, disfrutando de esta obra teatral con que ahora me obsequiaba la naturaleza y me disponía a tomar unas fotos de las primeras embarcaciones de rafting que bajarían por el río esa mañana.
El descenso de aguas bravas en kayak o balsas de neopreno, entre otros artefactos, es una especie de deporte nacional, no exento de cierto riesgo, muy arraigado en estos lares, aportando, como no, su granito de arena para dar a la zona un impulso económico y turistico, siempre necesario.
Me aposté entre unas rocas de la orilla recién descubiertas. La enorme crecida del río, producida en verano de 2010 y la fuerza brutal de la misma, arrancaron de cuajo árboles y arbustos, dejando a la vista esas moles de piedra.
A las 11 de la mañana, poco después de la crecida del río, esta vez controlada por las presas situadas más arriba, aparecían las primeras balsas cargadas de turistas, que se afanaban en mover los remos rítmicamente al son de la voz del monitor, como si de los tambores de un navío de guerra romano se tratara.
El río se colmó con esas balsas, ocupadas por adolescentes en su totalidad. El griterío era ensordecedor, aunque a los monitores se le oía más que a nadie. Y así debía ser, por la seguridad e integridad de todos.
Empecé a disparar a diestro y siniestro, realizando algunos primeros planos, ante el regocijo de esos jóvenes, que no cesaban en sus saludos a cámara con enormes y exagerados aspavientos.
Ya veis, unos te obligan bajo demanda judicial a que elimines su foto de la targeta y otros se pelean por ocupar todo un plano americano ellos sólos. Así somos y así seremos.
Terminada mi particular sesión, recogí los bártulos y me fui andando en dirección al pequeño hangar donde finalizan su recorrido las balsas y la gente se cambia de paisano, con el fin de saludar a la propietaria, conocida mía.
Una vez allí, aparecieron algunos de esos jóvenes, que resultaron ser franceses, y me reconocieron como ese fotógrafo que habían visto apostado en el río.
Ni cortos ni perezosos, se empeñaron en que les siguiera tirando fotos, a lo que accedí gustosamente.
Cuando me pareció bien y ante un abrumador griterío (no me extraña que luego duerman a pierna suelta) me fui para casa. No podía perder mucho tiempo, ya que volvíamos a Barcelona a primera hora de la tarde.
Al mes siguiente, de vuelta a Rialp para pasar otro tranquilo fin de semana, me tropecé con mi amiga del rafting. Nos saludamos y sonriendo, me confesó todos los problemas que tuvo con aquellos jóvenes franceses cuando yo me fui. Me estuvo buscando como una loca, pero lógicamente no me encontró porque ya estaba en ruta.
Sucedió que le pidieron las fotos que yo les hice. Me tomaron por el fotógrafo que suele acompañar a esas excursiones y de las que se extrae un reportaje. Al final de la excursión, los grupos se encuentran las copias en papel, escogiendo comprar o no las fotos que a cada uno le apetecen.
Además esos loquillos, no debieron entender bien como funcionaba todo el contenido del pack ya que se entestaron en exigirle a mi amiga la gratuidad de esas fotos, convencidos de que iban incluídas en el precio de la excursión.
Parece ser que el asunto no pasó de allí.
Nos despedimos, pero preferí no saber cómo lo hizo la pobre chica para capear el temporal.