2009. Parc Cervantes (La Rosaleda) - Barcelona
A tí padre, allí dónde estés
Padre, siempre admiré muchas cosas de tí:
Tu paciencia y obsesión en transmitirme dia a dia tus valores
Cómo te sacabas tiempo de la manga para repasarme los deberes después de doce horas de pluriempleo (era la moda)
Cómo me castigaste cuando fue necesario sin ensañarte conmigo
La pasión que tuviste siempre para comunicarme tus pensamientos y tus ilusiones, pero no tus preocupaciones y frustraciones
Tu sentido del deber y la justicia. Nunca las cosas estaban del todo bien, siempre se les podia dar un cuarto de vuelta. Nunca me regalaste nada inmerecidamente, pero no recuerdo que me escatimaras nada tampoco.
Lo poco que te fiabas de mí y, a pesar de ello, me dejaste decidir a mi libre albedrio. ¿Sabías acaso que lo haría bien porque, de alguna manera notabas que ya llevaba tus valores en mi mochila?.
Tu nobleza en tus actos y con tus pocos amigos. Como yo, fuiste un solitario y con el agravante de tener una familia muy cortita (en miembros, me refiero)
Admiro tu fortaleza cuando, después de la guerra, siendo tú un niño, casi os moríais de hambre en Barcelona, mientras te hartabas de hacer cola con el abuelo para recoger los malditos Cupones de racionamiento.
Y, en tus últimos años, me hacías reir cuando al visitaros te encontraba enganchado a la parábolica que te regalaron, buscando nuevos canales como un loco, calculando los azimuts de los satélites y sacándonos a todos de quicio porque no nos dejabas ver la tele. Pero esa era una de tus pasiones.
Gracias a tí, he aprendido a luchar, a saber esperar (me cuesta), y a levantarme después de caer (te lo vi hacer muchas veces).
Pero, sobre todo, admiraré siempre tu comportamiento durante esos seis meses de enfermedad mortal que alternaste entre el hospital y tu casa. Meses en los que no me harté de ayudarte a comer cuando fue necesario mientras charlábamos de nuestras cosas. Creo que fue entonces cuando aprendi a conocerte mejor y a quererte de verdad. Y creo que a tí te pasó lo mismo. Creo también que ya podíamos haberlo hecho antes. Pero, mira, la vida nos dio una última oportunidad que supimos aprovechar.
Tu paciencia y obsesión en transmitirme dia a dia tus valores
Cómo te sacabas tiempo de la manga para repasarme los deberes después de doce horas de pluriempleo (era la moda)
Cómo me castigaste cuando fue necesario sin ensañarte conmigo
La pasión que tuviste siempre para comunicarme tus pensamientos y tus ilusiones, pero no tus preocupaciones y frustraciones
Tu sentido del deber y la justicia. Nunca las cosas estaban del todo bien, siempre se les podia dar un cuarto de vuelta. Nunca me regalaste nada inmerecidamente, pero no recuerdo que me escatimaras nada tampoco.
Lo poco que te fiabas de mí y, a pesar de ello, me dejaste decidir a mi libre albedrio. ¿Sabías acaso que lo haría bien porque, de alguna manera notabas que ya llevaba tus valores en mi mochila?.
Tu nobleza en tus actos y con tus pocos amigos. Como yo, fuiste un solitario y con el agravante de tener una familia muy cortita (en miembros, me refiero)
Admiro tu fortaleza cuando, después de la guerra, siendo tú un niño, casi os moríais de hambre en Barcelona, mientras te hartabas de hacer cola con el abuelo para recoger los malditos Cupones de racionamiento.
Y, en tus últimos años, me hacías reir cuando al visitaros te encontraba enganchado a la parábolica que te regalaron, buscando nuevos canales como un loco, calculando los azimuts de los satélites y sacándonos a todos de quicio porque no nos dejabas ver la tele. Pero esa era una de tus pasiones.
Gracias a tí, he aprendido a luchar, a saber esperar (me cuesta), y a levantarme después de caer (te lo vi hacer muchas veces).
Pero, sobre todo, admiraré siempre tu comportamiento durante esos seis meses de enfermedad mortal que alternaste entre el hospital y tu casa. Meses en los que no me harté de ayudarte a comer cuando fue necesario mientras charlábamos de nuestras cosas. Creo que fue entonces cuando aprendi a conocerte mejor y a quererte de verdad. Y creo que a tí te pasó lo mismo. Creo también que ya podíamos haberlo hecho antes. Pero, mira, la vida nos dio una última oportunidad que supimos aprovechar.
Te admiro por muchas otras cosas y te agradezco haber heredado de tí otras tantas, pero no quiero alargarme más. Sinceramente, creo que ésta te la debía y por si te fuiste creyendo que nos besamos y abrazamos poco, ahí te dejo este detalle. Sé que lo llevarás para siempre en el fondo de tu alma.
Nos vemos cuando yo termine aquí abajo.
Un beso, papá.
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