28 sept 2011

En el recuerdo



Septiembre de 2006. Un reconfortante paseo por el siempre mágico Pais Vasco. De tan cerca que lo tengo, no lo conocía. Siempre de paso, siempre corriendo.
Tuvimos una buena oportunidad con una casa rural en la desembocadura de la ría de Mundaka, frente a la isla de Izaro. Sí, aquella de "Izaro films presenta"... y cómo se encontraba a medio camino de todo lo que teníamos previsto visitar, la aprovechamos.
Casi por casualidad, nos enteramos que en Azpeitia había un museo del transporte y un tren histórico a vapor, en perfecto estado de revista. Este bello convoy recorre ahora unos 4 km de una vieja linia. Aprovechando la visita a Zarautz y al Convento de Santo Ignacio de Loyola, hicimos un paréntesis para disfrutar de este oasis en el paso de la historia.
Me vuelven loco los trenes. Antiguos y modernos. Me encanta lanzarme a 310 km/h, sin notar apenas movimiento, viendo NO pasar el paisaje. Pero viajar en trenes que no superan los 80 km/h, con la cabeza apoyada en la ventana, mirando al infinito, sin pensar en casi nada, mientras el sol me calienta los brazos y la cara, esto para mí no tiene precio. Y si afuera llueve o persiste una cierta niebla, todavía mejor.
También podemos disfrutar otros encantos: una cena para dos con el tren en marcha, mientras saboreas un buen vino, o cava. Hacer el amor con el tren parado en Lyon (a toda prisa, porque sólo se detiene media hora y si es en marcha, el balanceo no es el mejor aliado). Qué sé yo! ¡Tantas y tantas cosas!....
Pero esta mañana, mientras los viciosos de la foto nos movíamos arriba y abajo de este encantador trenecito histórico para buscar la mejor toma, vi algo que llamó toda mi atención. Esta chica.
Permanecí mirándola un cierto tiempo, no sé cuánto, ni me importa.
Apenas pestañeaba, mientras su mirada se perdía en sus historias, sus fantasmas, o sus recuerdos. ¡Qué encanto!.
Me enamoré de estos ojos, no porque eran bonitos, que también, sino porque me estaban transmitiendo 322.000 películas, casi todas de amores frustrados, de pasiones rotas, o quien sabe, quizás también de ilusiones y esperanzas. De aquella alegría que a uno lo invade cuando alguien espera al final del trayecto.
Podría escribir centenares de estas historias, mientras la miraba. Tantas, que mejor no escribo nada en absoluto. Lo quiero dejar así porque sé que cada uno de vosotros os inventaréis la vuestra, mientras la miráis.
Tuve el tiempo necesario y suficiente, para encuadrar, medir, y disparar (el tren ayudaba porque circulaba despacio). Posteriormente, ya en casa, pequeños retoques para resaltarla del entorno, un viradito a b/n y ya tendría lista una bonita fotografía.
Cuando volví al asiento, mi mujer me preguntó cómo había tardado tanto en hacer la foto. Mientras desconectaba la cámara y con la boca pequeña, le contesté que me había enamorado de un ángel.
Ella me miró, me dió una patadita (de las que no dejan morado, por si las denuncias), y volvió la mirada hacia la ventana para seguir disfrutando del paisaje.
Por el reflejo del cristal me di cuenta que estaba sonriendo.

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